Thursday 26 December 2013

"El Hobbit: La desolación de Smaug" por Peter Jackson

“Pase lo que pase, no abandonéis el camino.”

Las calles de una ciudad. Lluvia. Entra Gandalf en una taberna, y se acerca a la mesa en la que está sentado Zorin, el heredero al trono. Le pide que reúna a los siete ejércitos, pero solo una joya puede unirlos, y esa joya la tiene Smaug.

Así comienza el largometraje El Hobbit: La desolación de Smaug (2013), dirigido por Peter Jackson; concebido como la segunda parte de la trilogía de El Hobbit, y que a su vez sucede a la trilogía de El Señor de los Anillos; al menos en cuanto al orden de producción.

La trama cuenta las aventuras que viven Gandalf y los suyos para tratar de encontrar una joya blanca y única, la Piedra del Arca, y que tiene el poder de reunir a los siete ejércitos. Para ello, tendrán que atravesar el Bosque Negro, además de múltiples obstáculos, y, sobre todo, enfrentarse al descomunal dragón Smaug.


En cuanto al tema, aquí se transmite la historia interior de superación de Bilbo, además de la amistad y la traición.
¿En qué momento hemos permitido que el mal sea más fuerte que nosotros?

El guion, por otra parte, sigue el esquema clásico del viaje del héroe; comienza en el mundo ordinario, hay una llamada a la aventura, el protagonista percibe el peligro de lo desconocido y se siente indeciso, entra el mentor del héroe, que en este caso sería Gandalf, para alentar al protagonista; se traspasa el umbral, que aquí sería la Puerta Élfica, se suceden los peligros, amigos y enemigos; se pasa al segundo umbral que sería el acceso a la Montaña Solitaria; la prueba suprema que es la confrontación con Smaug; la consecución del objeto preciado que es la Piedra del Arca, el camino de vuelta y finalmente la resurrección.

La realización simplemente trata de ser espectacular con el más puro estilo de blockbuster y sin grandes afanes artísticos. Sí llama la atención la estética que se le ha dado al Mundo de las Sombras, donde aparece un mundo cercano a lo onírico.

En relación con esto está el tema de la imagen digital, que merece la pena tratar porque está muy presente en esta película de ficción. La utilización de cromas y la inclusión de efectos especiales e imagen digital en postproducción es algo constante.

Eso es algo que no sorprende en una producción de este tipo, pero el problema llega cuando esa utilización es exagerada. Se combina la imagen real con la imagen sintética, pero hay una barrera entre ambas que las separa de forma visible. Es decir, que hay una gran diferencia a nivel visual entre las escenas rodadas en un plató (a veces con decorados un tanto artificiales) y las imágenes captadas en escenarios reales, que en este caso suele coincidir con los paisajes naturales; y esto hace que la película pierda verosimilitud.

Además, hay otro aspecto que exacerba esa sensación de pérdida de la verosimilitud, que a veces incluso puede hacer que el espectador se salga del relato. Un ejemplo es la escena de los barriles en el río, donde el director parece haberse recreado hasta el punto de convertirlo en algo excesivo y estrambótico.

Eso no es todo. El vocabulario de algunos personajes es absolutamente actual, y la historia no lo es; con lo que se crea un desbarajuste que confunde al espectador una vez más.

El aspecto descomunal y terrorífico de Smaug contrasta radicalmente con el léxico que utiliza. Dejando a un lado el hecho de que un dragón hable, es más que extraño que utilice palabras como “llorica”, por mencionar un ejemplo.

Por el contrario, algo muy positivo es la historia que se cuenta, ya que se trata de un relato complejo que construye un mundo extenso de fantasía con personajes y lugares casi fantasmagóricos; pero todo esto es mérito del escritor del libro original, J. R. R. Tolkien.

La dirección de arte es otro de los grandes aciertos, y en este casi sí, de la película. O al menos, si no es acierto, es remarcable por el gran trabajo que supone construir y diseñar todos esos decorados, la mayoría a tamaño real, y basados en una historia que no se conforma con cualquier puesta en escena. Esgaroth, la Ciudad del Lago, es uno de los mejores ejemplos, aunque no el único.

Hay que valorar también la labor de la música, que refuerza la imagen para transmitir ciertas sensaciones. A grandes rasgos, se podría definir esta parte de la banda sonora como épica.

Otro aspecto a comentar es la duración de la cinta. Aproximadamente dura 160 minutos, y a veces se hace demasiado larga. El libro en el que se basa no es demasiado extenso y es solo un tomo, mientras que la película se extiende en tres partes. Obviamente esto se hace como estrategia de marketing para aumentar exponencialmente la recaudación; y algunos estarán encantados de pagar una película por triplicado para disfrutar de la experiencia, pero también habrá quien solo verá una parte por descuido o quien directamente decida no ver ninguna sabiendo la maniobra estratégica que pretende llenar las arcas de oro, como el que custodia Smaug.


En términos generales, se podría establecer que este largometraje es apto y posiblemente recomendado para los amantes de la saga, muchos de los cuales también son fans del director; pero es difícilmente digerible para alguien poco acostumbrado a la ficción, a los efectos especiales, y de forma más general a las películas comerciales.

En definitiva; El Hobbit: la desolación de Smaug es una película tan pretenciosa como el tesoro que custodia el dragón; que para conseguirlo hay que tener mucha ambición, pero es fácil quedarse por el camino.

“Si lo que dices es cierto, el mundo corre un grave peligro.” El Hobbit


LAS OPINIONES SON RESPETABLES PERO DEBATIBLES

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